miércoles, 14 de noviembre de 2012

Oda al jorobado


Andaba el jorobado con una gran carga a sus espaldas,
sus huellas en la tierra eran tan profundas que se formaban charcos con la lluvia.
Pasaba el tiempo y por cada paso que daba se hundía más en el fango;
yo me senté, expectante, a observar a dónde iría.
Llegó un día en el que el jorobado ya no conseguía levantar un pié del suelo,
paralizado, sucumbió a la insoportable carga.
Quise ayudarle pero me había quedado sin fuerzas, perdiendo la noción del tiempo, envejecí.


El jorobado dejó caer su joroba, me miró sonriendo y salió levitando en un vuelo vertical.
“¡Espera!, ¿a dónde vas?”, grité.
Fue lo último que hice y caí en las profundas huellas que dejó;
su carga abandonada me cubrió volviendo a allanarse el camino.
Nadie supo que yo yacía allí,
pude escuchar las leyendas sobre un hombre que cargó con la culpa y el castigo,
liberando a todos de ese pesar.
Desde entonces, cada ser pudo elegir poder equivocarse,
volver a intentarlo y tuvo el derecho a no ser juzgado.

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